martes, 30 de diciembre de 2008

La escultura en Fritz Lang


A raíz de la exposición La escultura en Fritz Lang celebrada en la Fundación Luis Seoane de A Coruña entre los meses de septiembre y noviembre de 2008, y del curso de verano Fritz Lang: la seguridad del sonámbulo que la misma fundación organizó junto a la UIMP entre los días 18 y 20 de julio del mismo 2008, se ha editado (excelentemente, por cierto) este libro de interesantes contenidos escritos y gráficos. Reproducimos a continuación el texto de su contraportada y el índice del mismo.
Todo se esconde tras una máscara. En las películas de Fritz Lang (1890-1976) el mundo es una mascarada. Desde sus primeros filmes, este baile de todos los signos y posiciones encuentra en la escultura un lugar que permite conectar el sentido de toda imagen. Conformando, pues, el espacio visual y conceptual al tiempo, la escultura en el cine de Lang refleja a menudo una situación tensa y fracturada. La estatua, inyectada de esta mirada partida, juega, por un lado, con el paradigma de la inmovilidad: metáfora de la parálisis y del trabajo de la muerte. El hieratismo de los gestos y los movimientos en el cine de Lang nos permite también visualizar lo que de geométrico tenga la realidad; una realidad desencarnada, seca, privada de sustancia vital. Un mundo sin aire en que todo parece fijado desde siempre. Lang –se ha dicho a menudo- es el cineasta del Destino. Pero, a la vez, la estatua también pasa por imitar la vida y el movimiento hasta el punto de producir equívocos, efectos de ilusión. Las criaturas de Lang oscilan entre la rigidez desconcertante y la agitación deambulante. La presencia estatuaria evoca, pues, la contradicción característica del imaginario languiano.

El poder de la escultura en Lang deriva, por lo demás, de factores muy diversos: fascinación por las máscaras y la idolatría, primitivismo, exotismo y terror, afición por las maquinarias, los autómatas y los muñecos, por los dobles, los dioses, los héroes y los monstruos, por los mitos y su relación con los hombres. Todo ello define el universo languiano. Allí, el objeto escultórico ocupa un lugar central, hasta el punto de configurar una condensación ejemplar del destino, la muerte o el poder supremo.

INDICE

Introducción

LA ESCULTURA EN FRITZ LANG

Jure Mikuz: El papel de la escultura en las películas del primer período alemán de Fritz Lang (1919-1933)

Alberto Ruiz de Samaniego: Laberintos languianos. Arquitecturas de la mirada y sueños de control absoluto en el cine de Fritz Lang

Vicente Sánchez-Biosca: Una visión trágica

Miguel Copón: Edades, espíritus. Los Nibelungos de Fritz Lang

Luciano Berriatúa: Las ciudades subterráneas de Fritz Lang

Jaime Pena: Fritz Lang retornando a Ítaca

LA ESCULTURA EN FRITZ LANG. Imágenes de la exposición

A ESCULTURA EN FRITZ LANG. Traducións ao Galego

THE SCULPTURE IN FRITZ LANG. Translations into English


VV.AA., La escultura en Fritz Lang, Fundación Luis Seoane/Maia Ediciones, Madrid, 2008, 352 págs (ISBN 978-84-936641-7-6).


martes, 16 de diciembre de 2008

Cinema, modernitat i avantguarda (1920-1936) de Joan M. Minguet Batllori

"Aquest llibre explica el procés de recepció i de reivindicació d'un dels grans mitjans de comunicació de masses del segle XX, el cinema, en els sistemes culturals catalans entre 1920 i 1936 a partir d'un model que es repeteix a molts llocs d'Europa". Segons l'autor, "la irrupció del fenomen cinematogràfic a cavall dels segles XIX i XX va tenir unes importants repercussions culturals i socials. El "cinematògraf" implicava un canvi radical en l'estructuració de l'oci de l'época: estava destinat a convertir-se en l'espectacle predilecte de la classe obrera industrial, almenys fins a l'arribada molts anys després de la televisió".

Joan M. Minguet Batllori, Cinema, modernitat i avantguarda (1920-1936), Edicions 3 i 4, València, 2000, p.9. ISBN: 978-84-7502-614-1.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Ficción 3


Él

Mientras caminaba por el desierto de Wadley, recordé aquello de caminante no hay camino, camino se hace al andar, y así lo hice. Atravesé junto a ella parajes verdes, marrones, amarillos, rojos, y cada lugar por mínimo que fuese el espacio que separa el uno del otro me daba una nueva perspectiva de lo que ante mis ojos se expandía. A cada paso, visualizaba un nuevo cuadro, los colores y formas se fundían en un todo que había que observar con detenimiento y alerta si uno no deseaba que el mínimo detalle se le escapase entre los dedos. Cuando llegamos a San José del Pacífico, a casa de aquel peculiar personaje, un curandero que vivía allí con su esposa y su hijo, el paisaje que ante los ojos se nos manifestaba me hizo recordar a aquellos pequeños personajes que Friedrich colocaba de espaldas al espectador, enfrentándose a la naturaleza, altivos, seguros, consiguiendo mediante este recurso, que el propio espectador se enfrente también a este gran ente que lo observa. La casa del curandero y su familia era de madera, pequeña, acogedora y tenía un gran ventanal en la cocina desde donde los días de sol y claridad se podía observar el mar. Cada atardecer acostumbraba a sentarme frente a ese gran ventanal, y por un momento emulaba al gran Dalí, sólo que había cambiado el gran ventanal de la casa de Cadaqués que le servía de marco para sus cuadros, por este gran ventanal que daba a un mar de nubes y colores. Mientras yo observaba aquel paisaje, ella dedicaba sus horas a charlar con el dueño de la casa. Yo realmente nunca escuchaba las palabras de aquel curioso señor, me atraía más su oscura tez y sus penetrantes ojos negros, puesto que era el personaje idóneo para ilustrar uno de mis cuadros. Mientras ellos charlaban de temas aparentemente transcendentales, yo me dedicaba a mi peculiar lucha con la naturaleza, a la que deseaba atrapar en el lienzo, amagarla, pero que se me escapaba constantemente sin que pudiese evitarlo. Esto es lo maravilloso de este lugar de México, el calor de la madera de la casa de aquel señor y su familia, su peculiar fisonomía, los rojos y amarillos del cielo, el olor a calor del mediodía y esa extraña sensación de que al anochecer las nubes y el paisaje se tornan de un negro impenetrable, sirviendo de marco al intenso color del atardecer que se resiste a desaparecer.

Ella

Dicen que caminante no hay camino, camino se hace al andar, y así lo hice. Atravesé junto a él parajes verdes, marrones, amarillos, rojos, sintiendo como poco a poco me envolvía en un espacio absoluto que era incapaz de abarcar. A cada paso el paisaje parecía un mismo todo y fue en este estado de embriaguez de colores que llegamos a San José del Pacífico, a casa de quien me ayudaría a descifrar todo aquel mundo lleno de color y magia. Fue él quien me enseño que realmente era tras los verdes, amarillos, rojos y azules donde había que buscar. Él fue el que me transmitió, en aquellas charlas que manteníamos al atardecer, mientras mi acompañante se empeñaba en atrapar la naturaleza en un lienzo, esa necesidad de sentirse en contacto con la madre naturaleza, dejar que nos envuelva, es como aquellos pequeños personajes que Friedrich colocaba de espaldas al espectador, en estrecha comunión con aquel ente que le envolvía, formando parte vital de aquello que los románticos y mi propio interlocutor denominan amor, y nosotros denominamos energía y que es lo que realmente mueve el mundo. Si me pides que te describa la casa donde vivía tan peculiar hombrecillo, o cual era el aspecto de éste, me resultaría difícil dibujarlo nítidamente, puesto que era tal la fuerza de sus palabras, que de pronto todo se me tornaba mágico, misterioso, de una naturaleza que es imposible describir con las palabras que existen hasta el momento. Pero ya no son necesarias las palabras, uno ya no necesita de palabras cuando ha llegado a formar parte del todo que la envuelve y protege, ahí es donde se esconde la verdadera magia.

Ainize González