miércoles, 27 de agosto de 2008

Pere Portabella presenta: L'espectador. Un film de Carles Santos. 1967. Original 16mm. 40''


Carles Santos, fotograma de L'espectador, 1967

La obra L’espectador (1967) de Carles Santos es visualmente menos impactante que sus obras más actuales. Este cortometraje no participa de la misma estridencia, del mismo exceso ni de la misma fuerza impactante y agresiva, pero no por ello resulta menos interesante. Es ésta, una obra integradora, una obra que se manifiesta como un acontecimiento, una obra que surge como un instante, como algo sutil y a la vez misterioso que no busca imponerse de manera brusca, sino que busca su sitio en un fluir.

Un espectador es “algo” o “alguien” que mira con atención un objeto. En consecuencia, en una obra que lleva por título “el espectador” se presupone un espectáculo. En este caso, se ve una figura en penumbras que podría ser el espectador, pero Santos ha sustituido el “espectáculo” por una pantalla en blanco. ¿Quién es el espectador en esta obra? Y ¿cuál es el objeto? Iniciando el análisis desde el interior de la obra hacia el exterior, tenemos, una figura que se puede relacionar con el espectador, que observa una pantalla en blanco que es el objeto y que también se está observando a sí mismo como objeto proyectado en la pantalla. En el exterior, tenemos a alguien, del que no se ve la figura que es quien está filmando, que observa a la figura denominada espectador como objeto, que a su vez está observando la pantalla en blanco que constituye para él el objeto y que se observa a sí mismo proyectado en la pantalla como objeto. Por último, nos encontramos nosotros mismos, que encontrándonos en la misma posición de quien filma- si bien el marco es más amplio- observamos el supuesto filmador como objeto, que no está sino observando al espectador que es también objeto, y en una última instancia la pantalla en blanco sobre la que se proyecta la figura como objeto en conjunto. Se establece un interesante juego de miradas entre los diversos espectadores tanto internos como externos que observan la obra. Se podría decir, que al final no es sino la representación de alguien que se está observando a sí mismo.

Si se admite como base que la figura representada es el espectador al que el título hace referencia – al menos en la realidad interna de la obra – no deja de ser inquietante ese aire fantasmagórico que adquiere la figura al ser filmada mediante un fuerte contraluz. La figura y su sombra han formado una nueva unidad que se hacen indisociables la una de la otra. El recurso de emplear la figura de la sombra –como metáfora de lo suprasensible, como metáfora de aquello que se mantiene oculto tras las apariencias- ha sido un recurso muy empleado por los artistas a lo largo de la historia de la arte. Dos ejemplos de ellos son las obras Niño (1933) de Nicolás de Lekuona y Nosferatu (1922) de F.W Murnau.
Nicolás de Lekuona, Niño, 1933

En la fotografía Niño de 1933, Lekuona retrata a su hermano Pedro Mari bajando unas escaleras. Si bien es éste un retrato familiar, no está tomado desde un punto de vista documental, sino que más bien responde a una naturaleza claramente poética. Si realmente su intención fuese el presentar a su hermano menor, seguramente lo hubiese colocado de frente, de manera que el espectador lo observase y pudiese reconocer en él la figura de Pedro Mari, no lo hubiese colocado suspendido en este juego de luces y sombras que recrea la imagen. La pregunta sería, ¿cuál es el protagonista real de la fotografía? No se sabe si el verdadero protagonista es el niño o la sombra. Es como si la sombra se hiciese notar de manera independiente, como si fuese un “otro yo”, una sombra que se enfrenta a la figura del niño y también al propio espectador. Se establece, como sucedía en la obra de Santos, un juego de miradas entre los personajes internos de la obra y el propio espectador externo, al mismo tiempo que se representan dos realidades diferenciadas, una la que se desarrolla tras el niño y que es la nuestra propia, y la que se desarrolla delante suyo que es otra bien distinta. Esta sombra que se muestra segura, altiva, es una sombra que aparece como protección y al mismo tiempo como desafío. Esto sucede también en cierto modo en la obra de Santos, es decir, no presenta al que constituye el espectador interno de la obra de frente, sino iluminado por una luz tan potente que se convierte al mismo tiempo que figura, en sombra, una figura/sombra que también esta inscrita dentro de esa dualidad de protección y desafío. Es en este carácter de desafío o de lo siniestro donde la obra de Santos enlaza con la obra Nosferatu de Murnau. Hay un fotograma de la película en el que se puede ver proyectada en la pared la sombra de Nosferatu. La sombra es una figura claramente perturbadora y explícitamente siniestra.

F.W. Murnau, fotograma de Nosferatu, 1922

Técnicamente hablando, la propuesta de Murnau se encuentra muy lejos de la de Lekuona, a medio camino se podría situar la de Santos. En la secuencia de Nosferatu, Murnau proyecta con la cámara cinematográfica la figura del vampiro en la pared, sin que entre el espectador y la figura exista ningún intermediario. De este modo, Murnau esta dejando libre al espectador para que vea en la imagen aquello que desea, si es que desea ver algo o es capaz de hacerlo. Lekuona por el contrario, se ha hecho presente en la obra, ha colocado a Pedro Mari de espaldas, adquiriendo éste el papel de cámara fotográfica, y será él el que indique que es lo que se debe observar en la imagen, de este modo, dirige la mirada del que observa directamente hacia la sombra. Santos está a medio camino. Crea una figura que a su vez también es una sombra proyectada en la pared, sin poner ningún intermediario tan claro como Lekuona entre la figura y la sombra. De este modo lleva la atención no sobre la sombra que se proyecta en la pantalla blanca, sino sobre nosotros mismos que nos identificamos con la figura. Esto nos lleva a reflexionar acerca de nuestra condición de espectadores en vez de a reflexionar acerca de la propia artisticidad de la obra-como sucedía en la obra de Lekuona-. Del mismo modo que el artista reflexiona acerca del medio con el que trabaja, y ha reflexionado sobre su papel como artista, nos obliga a hacer lo propio con nuestro papel; ¿hemos de ejercer de meros contempladores? ¿O por el contrario deberíamos jugar un papel activo en la creación de la obra?

En Naufragio con espectador, Hans Blumenberg trata sobre la metáfora que constituye el mar y el naufragio para, en una última instancia, explicar la esencia del comportamiento humano ante la realidad. En dicho libro trata cuestiones que resultan útiles para exponer de manera más clara el papel jugado por el espectador. Él habla en cierto momento de la tranquilidad que da como espectadores, el observar un naufragio desde tierra firme, explica como de este modo, al ver nuestra integridad física a salvo somos capaces de observar una tragedia que esta teniendo lugar sin que por ello nuestra moralidad se vea afectada. Con el arte sucede algo similar. Cuando se observa una obra de arte o una obra de teatro... desde tierra firme el espectador es capaz de observar, desde la seguridad de sentirse a salvo, la batalla que el artista o la obra parecen librar para salir indemnes del “naufragio” que no sabe muy bien ha donde los llevará. También menciona Blumenberg el concepto de curiosidad, que es según él lo que nos lleva a observar. Esto lo ilustra de manera muy clara la obra Étant donnés (1946-1966) de Duchamp.

Marcel Duchamp, Étant donnés, 1946-1966

El espectador se encuentra ante una puerta en la que hay dos agujeros, si la curiosidad lo lleva a mirar observará lo que dentro se manifiesta. La puerta que lo separa de la figura, es como una invitación a traspasarla. El papel del espectador es fundamental, en cierto modo, se hace necesaria su participación para completar la obra, se podría afirmar que el espectador es parte del hilo temático. Es cierto que la imagen que se esconde tras la puerta es una imagen en sí misma, pero si no se traspasa la barrera que constituye la puerta la imagen quedará oculta. No en vano, Duchamp afirmaba en sus escritos que es el espectador el que completaba la obra, y que es él el que establece el contacto entre la obra y el mundo exterior. La puerta de Etant donnés de Duchamp, la pantalla en blanco de Zen for film (1962) de Nam June Paik, la pantalla en blanco de L’espectador de Carles Santos. Tres muros, tres conceptos diferentes. Tras la puerta de la obra de Duchamp se manifiesta un hecho. En las dos siguientes la pantalla sugiere la reflexión del espacio-tiempo, pero de modos bien distintos. El medio cinematográfico empleado en las dos últimas obras hace que lleven implícito la representación del espacio. Pero hay una diferencia sustancial, la presencia de una figura en la obra de Santos. Meyerhold afirmaba que gracias al actor, la música traduce el compás del tiempo en compás del espacio. En la obra de Santos esto se traduce del siguiente modo: Si Santos hubiese mostrado en su obra únicamente una pantalla en blanco – como hizo Paik – sería el tiempo lo que aparece representado, pero al incluirle una figura, la figura ha transformado la reflexión acerca del tiempo en una reflexión acerca del espacio.

Hay una imagen que congeló el momento en el que Zen for film fue proyectada en el loft que Cage tenía como estudio en Nueva York. En la imagen aparecen un contrabajo y un piano a la derecha de la imagen. La imagen resulta reveladora, puesto que deja de manifiesto la transformación que la música contemporánea estaba experimentando en aquel preciso momento, dejando de relieve la gran importancia del silencio en esta transformación. Pero sobre todo saca a relucir que la música, si bien elemento sonoro, comporta también cualidades visuales. Cage afirmaba que el silencio no era ausencia de sonido, sino parte integradora del mismo y que había que dejar que los sonidos sean ellos mismos. Concluía que en la música era suficiente con que alguien escuchase. Si el silencio no es ausencia de sonido, una imagen o pantalla en blanco tampoco es una “no imagen”, sino que es imagen en su ausencia de imagen, sólo es necesario que alguien la observe para que la imagen sea. Esta obra de Santos siempre será imagen, no correrá el peligro de no tener quien la observe, ya que el propio autor se ha encargado de incorporar en la obra a l’espectador.

Ainize González