Esa sombra de Nosferatu suspendida en la pared, esa figura que se convierte en el centro donde converge nuestra atención. Es esta sombra el reflejo del sentido oculto que existe y habita bajo las apariencias, esa otra realidad que normalmente se nos escapa por estar escondida bajo la superficie. Es como si la barrera entro lo real e irreal se desvaneciesen. Nosferatu no mira al espectador, por el contrario su sombra sí, es como si la sombra se enfrentase a Nosferatu, y a su vez, se enfrentase también al propio espectador. El personaje se encuentra suspendido en un espacio totalmente irreal, un espacio donde parece querer surgir el absurdo surrealista. Se establece un juego entre lo claro y lo oscuro, entre lo que nos pertenece y lo que se nos escapa. Al mostrarnos Nosferatu lo que observa, se establece un juego entre el propio Nosferatu, lo que ve, y el espectador. Lo mismo sucedía cuando el profesor de Gótico Internacional impartía sus clases. Él casi nunca miraba a los alumnos, si no era para dar los buenos días, y pasaba así las clases, mirando hacia la pared, mostrando al alumno la diapositiva. La gran sombra de su cuerpo se proyectaba en la pizarra, y llamaba mi atención más incluso que las miniaturas del Salterio de Blanca de Castilla que nos estaba mostrando.
Del mismo modo que la sombra de Nosferatu, la sombra de Don Joaquín se dibujaba en la pizarra, orgullosa, altiva, como una figura que parece flotar por el juego creado a partir de la luz que surge del proyector. Es como si nos encontrásemos ante dos realidades, una la que se encuentra detrás de Don Joaquín, y que es también la nuestra propia, y la otra, que es a la que él dirige la mirada. ¿Cuál es la real? Cuando acaba la clase, Don Joaquín enciende las luces y se dirige de nuevo fugazmente hacia nosotros para despedirse hasta la próxima clase, entonces pienso, que Don Joaquín pertenece a este mundo que es el nuestro, que no hay en él nada enigmático que lo haga pertenecer al mundo de las sombras y los sueños, y que este mundo no existe sino en mi imaginación. Pero al día siguiente cuando vuelve a apagar las luces, y se coloca de nuevo de espaldas a todos nosotros, y señala con ese largo y torcido dedo los detalles de las diapositivas, las dudas vuelven a florecer en mí, y mi recuerdo viaja de nuevo a esa imagen de Nosferatu subiendo las escaleras, al tiempo que no dejo de evocar aquel pasaje del libro de Job que dice; “Los ojos que miraban ya no me verán y ante tu propia vista dejaré de existir”. He de decir, que Don Joaquín nunca dejo de existir, al menos no ante mi propia mirada.
Ainize González